lunes, 27 de octubre de 2008

Día de Muertos: Herencia prehispánica

Día de Muertos:
Herencia prehispánica

Lic. Arturo Rocha Cortés
Director del Boletín Guadalupano

LAS TRADICIONALES FESTIVIDADES del día de muertos, que se celebran en casi la totalidad de nuestro territorio nacional, tienen muy antiguos antecedentes históricos. La mayoría de ellos se remontan a tiempos prehispánicos con los que suelen ser asociados en la conciencia popular.

En efecto. Ya los antiguos nahuas celebraban, en lo que correspondería al mes de agosto de nuestro calendario, especialmente dos fiestas: Miccailhuitontli ("Fiesta de los muertecitos"), el 8 de agosto, y Huey Miccaílhuitl ("Gran Fiesta de los Muertos"), el 28 del mismo mes.

De la primera fiesta, refiere el fraile dominico Fr. Diego de Durán, cronista del s. XVI, que era la "fiesta de niños inocentes muertos... y así lo que en la ceremonia de este día y solemnidad se hacía era ofrecer ofrendas y sacrificios a honra y respeto de estos niños". (Historia Calendario antiguo, cap. III, Noveno mes). Relata también Fr. Diego, que a la fiesta denominaban también "de los muertecitos" (en diminutivo) debido a que era "preparación y aparejo" de la venidera Huey Miccaílhuitl, que celebraban junto con la solemne Xocotl huetzi.

Fiesta de difuntos chica y grande

Ya en tiempos de la Colonia, y desde muy al principio, estas festividades se hicieron coincidir con las fechas del Día de Todos Santos y el Día de Difuntos, quizá para disimular los indios lo que los frailes consideraban idolatrías del tiempo, nada lejano, de su infidelidad. Así, aun bajo la ley evangélica, continuaron celebrándose las fiesta de difuntos "chica" y "grande".

Ofrendas. Componentes prehispánicos

Si examinamos aquello de lo que se componían las ofrendas de los indios en dichas fiestas, veremos que esencialmente es lo mismo de lo que se componen hoy en día. Las crónicas refieren que era usual ofrecer "dinero [o sea cacao]... cera, aves, frutas, semillas en cantidad y cosas de comida" (loc. cit.), todo ello acompañado del imprescindible copalli (resina aromática procedente de ciertos árboles de la familia de las Burseráceas), ·matl (papel producido con la corteza de árboles del género Ficus), y diversos tipos de flores, en haces de tres en tres, entre las que destaca el cempoalxóchitl o "cempaxúchitl" ("veinte flores", en náhuatl, flor sagrada por excelencia, perteneciente a la especie Tagetes erecta L., de la familia de las Asteráceas).En los altares de muertos que se erigían durante la Colonia, y aún en los actuales, la flor de cempoalxóchitl es imprescindible: se creía poseer la virtud de atraer y guiar las ánimas de los difuntos, y en algunos lugares incluso se trazan caminos con sus pétalos hasta las ofrendas.

Por otra parte, el consumo de octli o pulque, normalmente prohibido entre los antiguos nahuas salvo a los muy ancianos en fiestas y días señalados, estaba asociado a la fiesta Huey Miccaílhuitl. Así, el padre Durán describe haber hallado en sacrificios y ofrendas, demás de... comidas y plumas y copalli y otras niñerías y juguetes de huesos y tiestecillos de barro y cuentezuelas... [también] cantarillos muy pequeñitos de pulque juntamente. (Durán, ibid., cap. III, Décimo mes). Como se sabe, actualmente las bebidas embriagantes no faltan en las ofrendas... En algunas poblaciones, se incluyen aún los refrescos y las aguas frescas, si eran de la predilección del muertito.

Mictlantecuhtli. Códice Magliabechiano (CL. XIII.3 [B.R. 232], Biblioteca Nazionale Centrale di Firanze), fol. 88 r.

Huautli y antecedentes del pan de muertos

Otro antecedente que procede de ceremonias prehispánicas consistía en la costumbre de los naturales de elaborar —de semillas de huauhtli (Amaranthus leucocarpus L..), es decir, de "alegría" y otras semilla— bodoques, montículos o bien diosecillos (como el del numen Huitzilopochtli, que solía ser amasado en la fiesta Panquetzaliztli). Muy probablemente esta antigua costumbre haya derivado en el célebre Pan de muertos de los altares coloniales y actuales. Ciertamente los antiguos mexicanos no conocían el trigo, pero con el advenimiento, durante la Colonia, de la harina de este cereal comenzó prontamente a hornearse en todas las cocinas y panaderías el característico alimento, que suplió así a aquellos montículos o diosecitos indianos.

Cráneos y calaveras de azúcar

Las famosas "calaveras de azúcar" no fueron conocidas de los antiguos mexicanos, pues carecÌan de azúcar para hacerlas. De suyo, el antecedente prehisp·nico de las "calaveritas de muertos" podría ser la representación de cráneos presentes en las ténicas de algunos sacerdotes, o bien hallarse en el conocido tzompantli ("hileras de cabezas"): edificio en el que se ensartaban, en varas de madera formando hileras, los cráneos de los sacrificados.

Por otra parte, la imagen del rostro o cara descarnada era símbolo recurrente en la iconografía del panteón prehispánico: e.g. Mictlantecuhtli ("el señor del Mictlan") y su comparte Mictecacíhuatl, aparecen representados en los códices con rostros descarnados o cadavéricos; las cihuateteo (mujeres divinizadas tras su muerte en el parto y que de cuando en cuando bajaban a la tierra) eran también representadas como "calaveras".

Durante la época novohispana, algunos de estos elementos se combinaron con el azúcar para convertirse en el conocido dulce, al que se hizo costumbre "bautizar" con el nombre del difunto.

Otras curiosidades

En diversos lugares de la República Mexicana los componentes prehispánicos se conservan con mayor o menor pureza. Ejemplos Clásicos son Janitzio, en el lago Pátzcuaro, Michoacán y Mixquic, cerca de la ciudad de México. En ciertas partes de fuerte presencia indígena del estado de Michoacán (y aún en otras regiones) es curioso encontrar todavía la arraigada creencia de que a los difuntos sólo se les debe recordar y ofrendar durante cuatro años, siendo que en las antiguas creencias prehispánicas se tenía por cierto que las ánimas de los difuntos sorteaban una serie de obstáculos y atravesaban nueve planos sucesivos del inframundo hasta llegar a Quenonamican, "nuestra región común de perdernos" —en el Chiconauhmictlanó, donde el alma finalmente se "perdía", se desvanecía... Este viaje duraba justamente cuatro años.


Hueymicaíhuitl,
Gran Fiesta de los Muertos


Mario Bustamante Rubio
Diácono Permanente

El nacimiento y la muerte, dos hechos inseparables. Después del nacimiento viene inevitablemente la muerte. Nacemos a su tiempo y morimos a su tiempo.

El mexicano actual oculta el temor y el terror a la muerte a través del humor, la burla, el albur; hasta los refranes populares como el "cobijarse con el petate del muerto" indica que alguien está tan pobre, que sólo tiene eso, el petate en que murió alguien y allí lo velaron.

Pero vayamos a nuestra cultura prehispánica, a nuestras raíces. Por el calendario azteca sabemos que nuestros antepasados llamaban a su décimo mes Hueymicailhuitl (que significa "Gran Fiesta de los Muertos", y a ellos estaba dedicada). En esta solemnidad sacrificaban varios hombres, levantaban el madero Xócotl en el patio del templo, adornado de joyas, plumas, flores y en lo alto aparecía un pájaro hecho de masa, mientras que en el piso lucía la ofrenda con alimentos y vino.[1]

Mictlantecuhtli y el xócotlhuetzi en la fiesta de Huey Miccaílhuitl. Códice borbónico (Codex du Corps Legislatif. Biblothèque de I`Assemblée Nationale de France y 120), p.10

Por otro lado, se celebraba la ceremonia conocida como Moxuchicama, en la que adoraban a un ídolo con collares y guirnaldas de flores amarillas y olorosas conocidas como cempoalxóchitl (Tagetes erecta) que significa “veinte flor" y no “flor de muerto”.

El P. Francisco Javier Clavijero de la Compañía de Jesús, en su obra Historia antigua de México, en el Lib. VI, cap. XL, nos describe los ritos funerales así: “Los mexicanos que en todo fueron supersticiosos, se excedieron en los funerales. Luego que alguno moría se hacía llamar ciertos maestros de ceremonias fúnebres, que por lo común eran hombres ancianos. Estos en entrando en la casa del difunto, cortaban un buen número de papeles y llegándose luego al cadáver le encogían los pies y lo vestían de papel y tomando un pequeño vaso de agua se la derramaban en la cabeza diciéndole: «esta es la que gozaste en la vida»".

Después, lo amortajaban según su condición y recursos y de acuerdo con las circunstancias de su muerte.

Más adelante continúa narrando el jesuita: “Una de las principales y más ridículas ceremonias era la de matar un techichi o perrillo mexicano, que se procuraba fuese de pelo rubio, para que acompañase al difunto en su viaje.

Atábanle un hilo de algodón al cuello diciendo que era necesaria esa diligencia para pasar el río profundo de Chiunahuapan (río de nueve aguas).
Enterraban al techichi o lo quemaban juntamente con el cadáver de su amo, según el género de muerte que éste había tenido”. En las ofrendas actuales, a los difuntos se les ofrece a los niños, galletas, atolito, fruta, dulces, juguetes. A los adultos se les ofrece tamales, mole, pulquito, cerveza o trago, cigarros, tortillas o pan, según el gusto del difunto.
No pueden faltar las ceras, veladoras o lámparas de aceite, se quema copal, se colocan retratos de los ancestros y por supuesto son imprescindibles las flores de cempoalxóchitl.

¡Hombre! Cualquiera que sea tu raza o tu cultura, te invito a reflexionar que la muerte es fuerte porque nos priva del don de la vida, porque tiene poder para desposeernos de los despojos de este cuerpo. Convéncete al mismo tiempo de que el amor es más fuerte que la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte.


Notas

[1] Cfr. Fr. Diego de durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, 2 vols., México: Ed. Porrúa, 1967 [Biblioteca Porrúa 36-37], t. I, Libro de los ritos..., cap. XII y Secc. 2a , cap. XIII, pp. 119sq. y 271sq., respectivamente.

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